06 de Septiembre, 2021
Si bien este escenario parecía o incluso sigue pareciendo difícil de vislumbrar, nos proponíamos pensar en aquellos aspectos esenciales a nuestra pedagogía, a nuestro modo de ser, actuar y sentir, que ineludiblemente debíamos sostener y fortalecer más que nunca en nuestras obras educativas. Las respuestas rondaron en torno a cinco grandes ejes: vínculos, tiempos, espacios, evaluación, currículum y mirada evangélica. Iniciamos el ciclo lectivo 2021 – con un retorno a la presencialidad algo más asegurado – trayendo este mismo interrogante, y fueron interesantes los nuevos comentarios e ideas complementarias a las respuestas de meses atrás que emergieron en esta instancia: “humanizar los protocolos”, “rehabitar la escuela”, “hacer hincapié en lo humano y lo celebrativo”, “cuidar el bienestar emocional”, “acompañar(nos) y estar cerca”, “reconstruir lo cotidiano desde lo evangélico”, “repensar el formato híbrido”, “priorizar los contenidos”, “aprender a vivir con la incertidumbre”, “volvernos más flexibles”,entre tantas otras…
El pedagogo italiano Franceso Tonucci, en una charla TED brindada en 2020, nos invita a cambiar la tradicional inquietud sobre cuánto “perdieron” los chicos en la pandemia, para hacernos preguntas como: ¿cuánto ganaron en esos meses?, ¿cuánto aprendieron? Seguramente podamos identificar en nuestros hijos y alumnos aprendizajes tales como superar el aburrimiento, jugar de otra manera (solos, con sus hermanos, con sus padres), superar el miedo, inventar nuevos modos de convivir o incluso compartir en familia actividades domésticas que quizá antes no realizaban. Por otro lado, ¿nos detenernos a identificar qué hemos aprendido nosotros como padres y/o como docentes de nuestros hijos y alumnos en este tiempo de pandemia? ¿Hemos podido observarlos de otra manera, descubriendo aspectos de ellos que no conocíamos? ¿Nos damos cuenta de que la pandemia nos atravesó a todos y nos ubicó en un mismo lugar? Como afirmó el Papa Francisco “al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente”.Sin dudas, estas preguntas nos deben ayudar a redefinir el punto de partida desde el cual pensar el nuevo escenario de enseñanza y aprendizaje en un colegio Marianista “postpandémico”.
Frente a esta situación convulsiva que afectó al planeta, el desafío y la esperanza, ambos a la vez, es que como profesionales de la educación, seamos más sabios. Ninguno de nosotros es el mismo, ni aún queriendo seguir siendo el mismo. Algo cambió, algo aprendimos, algo hicimos distinto… incluso aunque no seamos conscientes de ello.
En el retorno a las clases presenciales post pandemia habrá que seguir insistiendo en las oportunidades que este tiempo nos dejó: aprendizaje de contenidos significativos, el contenido priorizado (“menos es más”), las diferentes maneras de evaluar, el trabajo en equipo, las propuestas interdisciplinarias, la apropiación de aplicaciones tecnológicas, la revisión de los modos, espacios y tiempos de reuniones docentes y con familias, el enfoque de aula invertida. La pandemia produjo un cimbronazo en la cotidianeidad de la escuela, pero abrió la posibilidad de revisar el sustrato de funcionamiento ordinario, lo que requiere y requerirá construir experiencia a partir de lo vivido.
Sabemos, aunque algunos opinen lo contrario, que es imposible recrear la escuela desde las casas, pero ¿qué escuela recrearemos desde la escuela?
Las escuelas en todo este tiempo tuvieron que virar sobre sus pasos y cambiar. Cambiar sin certezas, cambiar sin saber lo que iba a suceder. Ese aprendizaje de flexibilidad, de espera, de respuestas provisorias y pasibles de modificación, es parte de lo que la postpandemía debería dejarnos como positivo. Las clases presenciales tendrán el desafío de centrarse más en aspectos que la pedagogía marianista tiene desde sus orígenes y hoy se vuelven prioritarias (siempre lo fueron): una clase donde el alumno sea realmente el protagonista y el docente, un tutor de su proceso, un facilitador. Una clase donde se procure comprender las maneras de expresar las emociones y los sentimientos y las maneras de vincularse con un otro, de dar espacio a su curiosidad, su exploración, su expresión, su interioridad. Una buena enseñanza requiere que los educadores, sostiene nuestro Proyecto Educativo Pastoral, generen un clima de confianza entre ellos y los alumnos. Construyan un vínculo afectivo, basado en el amor, la paciencia, la firmeza, la escucha y las altas expectativas sobre sus posibilidades.
Pensemos que es posible una escuela postpandemia donde podamos mantener lo aprendido, donde el trabajo colaborativo y por proyectos, la evaluación formativa, la educación en las emociones, la retroalimentación continua, sean sostén de la tarea cotidiana y habilite nuevas maneras de escolaridad: qué parte de ella pasará al escenario virtual y cuál permanecerá en el formato presencial. Vale esta pregunta para pensar también el currículum prioritario, la dinámica grupal, las comunicaciones con las familias y el vínculo con la comunidad en general.
A pesar de las dolorosas huellas emocionales, físicas, económicas, afectivas o familiares que este tiempo de pandemia nos está dejando, hay muchos tesoros que – al día de hoy o con el tiempo – irán apareciendo como consecuencia de este tiempo (presente) tan único y desconocido por el que educadores y familias atravesamos. Estará en cada uno de nosotros saber y querer adaptarnos con valentía ante este nuevo contexto de cambio incierto. Haciendo alusión a las palabras de nuestro fundador G. J. Chaminade: “Hay que retocar valientemente los modos y las formas que no tienen nada de inmutables y deben adaptarse a las variaciones del tiempo, del lugar y de las costumbres".
Algunos ejemplos de la presencialidad postpandemia: