31 de Agosto, 2021

Claves para la Educación en la postpandemia

"Solo al saber de antemano qué se persigue será posible determinar cómo hacerlo del modo más eficaz y beneficioso” (Mariana Mazzucato)

En algún momento (¿2022?) la pandemia quedará atrás. Como en otros ámbitos, la educación básica y obligatoria no volverá a ser la misma tras esta experiencia. Saber “leer los signos de los tiempos” es un rasgo de sabiduría de los creyentes y también debe aplicarse a nuestra tarea educativa, en línea con el consejo evangélico “a vino nuevo, odres nuevos” (Mc.2, 22)

Es nuestro deber ético y profesional actualizar nuestra propuesta educativa y mantener alto el listón en cuanto a su calidad. Lo lograremos si tenemos claridad estratégica y voluntad mancomunada para “nacer de nuevo”, comprendiendo las necesidades de las personas y las culturas actuales. En la tarea cotidiana, los educadores contamos con dos ejes:

  • Un eje horizontal, entre las tareas y obligaciones propias del oficio y (lo más importante) el trato con personas: nuestros colegas y, lo fundamental, nuestros estudiantes
  • Un eje vertical, menos visible pero no menos importante, un eje orientador para nuestra vida y nuestra vocación. Un eje que guía los procesos del hecho educativo y que apunta hacia metas altas, motivadoras e integrales. 

    En el tiempo de pandemia estamos dedicando nuestros esfuerzos, casi con exclusividad al eje horizontal: organizar tareas y atender a las personas. Lo cual es lógico y está muy bien. Pero, la educación de la postpandemia, que tiene que comenzar a gestarse ahora, requiere fortalecer y priorizar –por eso el refuerzo en las flechas- el eje vertical: resignificar metas claras y motivadoras, concretar procesos bien diseñados y mejor aplicados. Entre ellas, lograr que nuestros estudiantes sean los protagonistas de una nueva historia, donde el cuidado y el respeto mutuo, el “bien-ser” (más que el bienestar), el humanismo solidario y el cuidado de nuestra Casa Común sean pilares para sus vidas. Para ello, los educadores tenemos que responder con valentía a una serie de retos que conllevan esta pedagogía del cuidado, el cultivo de la interioridad, hacerse sensibles a las necesidades del otro, dotar de real sentido de la vida, caminar hacia una educación que transforme.

    Sin renunciar al eje horizontal del gráfico, el énfasis que pongamos en el eje vertical suscitará una cierta tensión, un “estiramiento” que puede alterar la situación habitual, pero que es imprescindible para avanzar y crecer, personal y comunitariamente. Abrir horizontes motivándonos para desarrollar más iniciativas, descubrir las oportunidades de mejora que se abren, conectar las tareas cotidianas con los procesos a más largo plazo.

     Estas líneas se centrarán en tres aspectos que considero indispensables para que la educación de la postpandemia sea muy buena. Son ellos:

  1. El aprendizaje efectivo de nuestros estudiantes
  2. La formación antropológica para analizar correctamente lo que vivimos y el mundo que viene
  3. El liderazgo necesario de los educadores

      No son los únicos, hay otros igualmente relevantes, como el impacto emocional de la experiencia en docentes y estudiantes, y las consecuencias de la misma para la vida espiritual, pero quien mucho abarca poco aprieta y vale la pena concentrarse en estos tres. 

APRENDIZAJE DE LOS ALUMNOS

      Hace unas semanas, Ricardo Zorzoli (ex rector del Colegio Nacional de Buenos Aires) escribió que “necesitamos saber en qué punto están nuestros estudiantes: cuánto saben y cuánto deben recuperar. Independientemente de los resultados que obtengamos es claro que los estudiantes no podrán recuperar entre 1 y casi 2 ciclos lectivos en términos de conocimiento. Por eso resulta imprescindible acordar el eje medular alrededor del cual se organizará la enseñanza de todas las asignaturas” (La Nación, 8 de mayo de 2021). Para comenzar a diseñar la educación de la postpandemia necesitamos contar con datos precisos y comprobables del efecto de la pandemia y sus derivados (cuarentena, revinculación, reducción de jornada presencial, bimodalidad) en el aprendizaje de nuestros estudiantes. Para ello tenemos que conocer:

  1. ¿Qué aprenden hoy nuestros alumnos en cada espacio curricular?
  2. ¿Cómo han aprendido en los dos últimos cursos?
  3. ¿Cuáles son las carencias de aprendizaje más notorias en cada espacio curricular?
  4. ¿Cuáles son las oportunidades de aprendizaje que nuestros estudiantes han aprovechado en tiempo de pandemia?

     Con estos cuatro puntos podremos conformar un estado de situación de cada curso, área y nivel. Tenemos que preparar y aplicar instrumentos y registros que nos ofrezcan información concreta, verificable, alejada de “sensaciones” o “me parece”. Solo a partir de estos datos se podrán planificar proyectos y acciones que contribuyan fuertemente a fortalecer los aprendizajes y a mejorar las prácticas de enseñanza, porque –en palabras de Zorzoli- “si no nos detenemos por un momento y reflexionamos sobre qué estamos enseñando, cómo lo estamos haciendo –bajo qué condiciones– y para qué, todo el esfuerzo caerá probablemente en saco roto.”

      El mundo postpandemia es el lugar donde nuestros egresados de esta década van a insertarse o a, al menos, intentarlo. Sus características o ciertas transformaciones, aceleradas por la pandemia, deben servir como “signos de los tiempos a leer” en clave educativa, ciudadana y creyente. Hace poco la revista “The Economist” de Gran Bretaña describió algunos cambios que llegaron para quedarse. El artículo partió de dos premisas:

  • Muchos comportamientos se transforman y nunca regresarán a lo anterior. 
  • La innovación, la tecnología, lo natural y el pensamiento lateral son la base de la nueva realidad.

Menciono algunos rasgos que tienen especial relevancia para las instituciones educativas:

  1. “La educación nunca regresará igual. Volverá a ser presencial pero tecnológicamente adaptativa. Cada quien tomará lo que necesita. Estudiar Offline e in-line será lo normal. Lo virtual en educación ha venido para quedarse y debemos concretar una propuesta híbrida inteligente y permanente entre lo presencial y lo virtual. Una más efectiva distribución de tiempos y tareas, liberando el espacio del aula, el encuentro personal entre estudiantes y educadores, para llenarlo con aquellos procesos fundamentales e imprescindibles para el aprendizaje: la reflexión compartida, el debate, la presentación de producciones, el análisis de la realidad, la contención y orientación afectiva, la práctica de la responsabilidad y el compromiso social. Podríamos dejar para lo virtual una serie de rutinas que ya no tienen sentido en la presencialidad (“todo lo repetitivo se trasladará a lo virtual”, según The Economist). Pasar a poner énfasis en la producción propia (individual y grupal) de los estudiantes por sobre las estrategias de reproducción. Armar buenas preguntas y poner a los chicos a investigar, conectar temas, hacer propuestas frondosas que se recorren en varios días. Apropiarse del tiempo y del espacio escolar ya no sería una obligación para ellos, sino que podría ser una enorme motivación para hacer rendir mejor el tiempo y aprender más y mejor.
  1. La sociedad que se viene es como una autopista de muchos carriles, con distintas velocidades. La hipótesis no es que habrá sectores que se van terminar, sino que habrá sociedades solapadas, que incluirán en un mismo ramo personas hiperdinámicas y otras más lentas, menos dispuestas al cambio. Entonces, ¿qué tienen que aprender nuestros estudiantes para afrontar la velocidad de lo nuevo y, al mismo tiempo, asentarse en la solidez de lo permanente y fundamental?

    Un buen y preciso diagnóstico y una lectura adecuada de la realidad presente y por venir deberán confluir en un nuevo currículum, organizado a partir de la búsqueda de renovado sentido y significatividad de los aprendizajes, el establecimiento de lo que realmente importa que se enseñe y la habilitación de diversas formas y opciones para acceder al conocimiento. Martha Nussbaum menciona que lo imprescindible para la formación de nuevas generaciones es que logren desarrollar las capacidades para reflexionar sobre cuestiones políticas, reconocer a los otros ciudadanos como personas con los mismos derechos, preocuparse por la vida de los otros, reflexionar adecuadamente sobre una serie de cuestiones complejas (infancia, adolescencia, relaciones familiares, enfermedad, muerte…), pensar en el bien común, participar en la vida social y política y comprender al propio país como parte de un orden mundial complejo.

     Nuestras decisiones pedagógicas, plasmadas en el currículum institucional, siempre deben favorecer el logro de los aprendizajes y la mejora de la enseñanza. Necesitamos un currículum que:

  • Establezca con nitidez los ejes de la enseñanza y las competencias/aptitudes que los estudiantes tienen que desarrollar a lo largo de su trayectoria escolar.
  • Favorezca la construcción de conocimiento a partir de aprendizajes que toquen la mente, los afectos, las emociones y que nos permitan entender la interrelación para abordar la realidad.
  • Priorice la lectura intensiva y sostenida y el análisis crítico de la realidad local y global
  • Asuma el desarrollo de la ecología integral, a través de una comprensión y abordaje multidisciplinario en torno al respeto irrestricto de la dignidad humana, la justicia social y el cuidado de nuestra Casa Común.
  • Estimule el aprendizaje activo y la producción propia de los estudiantes
  • Desarrolle la pedagogía del cuidado como marco de las relaciones entre las personas.
  • Aliente la construcción de una educación samaritana, que suscite en toda la comunidad educativa, especialmente en los estudiantes, empatía, compasión, solidaridad y misericordia hacia todos los hombres y mujeres.

 La educación de la postpandemia requiere consolidar nuevas formas de aprender y de enseñar, reconocer con claridad las características propias de nuestros estudiantes, abrir espacios al pensamiento diverso, considerar que podemos llegar al mismo resultado, pero por distintos caminos. Que los mismos niños y jóvenes nos puedan sorprender al manifestar sus talentos naturales, los cuales se han ido potenciando en este tiempo excepcional. Los educadores estamos desafiados a promover experiencias, a través de las cuales el estudiante pueda expresar sus conocimientos, potenciar sus propias habilidades y utilizarlas didácticamente como puntos de partida para el diseño de las clases y el aprendizaje del grupo.

LECTURA Y FORMACIÓN ANTROPOLÓGICA PARA ENTENDER LO QUE PASA

      La educación de la postpandemia, la educación que puede tener futuro, necesita, además de profesionales competentes en materia de aprendizaje, a educadores bien formados en cuestiones antropológicas y espirituales. Lamentablemente, en muchas ocasiones las comunidades educativas están sojuzgadas por la tiranía de lo inmediato y terminan siendo una usina de rutinas muy mecanizadas, en ocasiones poco coherentes, casi siempre realizadas sin una estrategia o sentido claros. Nos hemos acostumbrado a ser ejecutantes de partituras que no compusimos, se ha internalizado en nuestros cuerpos y en nuestras mentes la división de hecho que existe en el mundo educativo: por un lado, los “expertos”, que tienen formación, tiempo y, sobre todo, la tranquilidad de no estar en el campo de batalla cotidiano, los especialistas que indican “lo que habría que hacer”; por el otro, los gestores de la vida escolar, interpelados constantemente por la realidad y que, por lo general, terminan abrumados por el cúmulo de tareas y acciones que hay que realizar. Esta “división del trabajo educativo”, profundamente injusta y que está en la raíz de la declinación y del desconcierto que vive la educación formal, tiene que ser superada por una decisión, personal y comunitaria, de asumir los retos de la cultura contemporánea como telón de fondo para nuestra acción pedagógica concreta. Y recordar que “si el jardín donde cultivamos nuestra vida no coincide con toda la tierra, es demasiado pequeño. Si el techo de la casa no llega a tocar el cielo, no es bastante alto” (Bruni, Elogio de la autosubversión)

       Necesitamos más que nunca educadores que manifiesten, en su ser y en su quehacer, una mirada trascendente (de sentido último) sobre sus propios saberes, sus métodos pedagógicos, sus rutinas y sus planificaciones. Para lograr la conformación de un grupo influyente de educadores con esta cosmovisión se requiere del despliegue simultáneo de: 

 

  • Una disposición y una práctica de lectura, intercambio y formación permanentes. Tornar habitual, en cada educador y en cada equipo docente, la práctica de leer la realidad, los movimientos culturales, las ondas largas de la cultura contemporánea y sus repercusiones en la cosmovisión de las personas.
  • Activar dispositivos personales y de grupos/comunidades docentes para poder discernir con pensamiento crítico, juzgar reflexivamente y decidir con prudencia, para escoger con sentido de responsabilidad entre las diferentes alternativas que nos presenta un mundo cambiante. Encontrarse para compartir y deliberar, para escuchar diversos puntos de vistas que puedan enriquecer el propio, para encontrar caminos que amplíen horizontes y permitan tomar las mejores decisiones posibles. Cuando el diálogo se transforma en camino y el interés se centra en acercarse a lo bueno, lo bello y lo verdadero, crece el compromiso y se fortalecen los lazos comunitarios. Nadie ama lo que no conoce, nadie puede amar a quien no reconoce, nadie puede reconocer a otro si no se encuentra con él y establece un diálogo abierto y sincero.
  • Favorecer la formación filosófica y antropológica que aclare y profundice sobre temas nodales: Dios, el ser humano, la sociedad, el sentido de la educación, la dimensión trascendente y vida espiritual, la bioética, la familia, la relación individuo-sociedad, los bienes y el consumo, la integración social, la justicia y la misericordia…
  • Conocer y/o recuperar fuentes y autores humanistas y de inspiración cristiana: los hay muchos y buenos, en el pasado y en el presente… Es necesario, como dijo san Pablo VI hace casi cincuenta años, “beber de estas fuentes siempre inspiradoras, no sacrificar nada de estos valores y saber adaptarse a las exigencias y a las necesidades actuales” (Evangelii Nuntiandi, 73)
  • Diseñar programas coherentes y completos para cubrir una formación específica, en materia antropológica y cultural, de educadores. Programas que tengan en cuenta la pluralidad de origen de las personas y las realidades concretas de nuestra educación, con el propósito de identificar los acontecimientos que alcanzan y cuestionan a aquellos a los que servimos y el mundo en el que vivimos.

        Esta formación en cuestiones hondas no es un simple ejercicio teórico o un esparcimiento intelectual. Cuando se vincula con la vida y la tarea, se gesta, casi imperceptiblemente, un tejido de fraternidad. La trama se teje a partir de hilos concretos, proyectos que acerquen y que plasmen una forma de entender la vida y de gestar ciudadanía fraterna. Favorecer el diseño de una trama que exprese y permita asumir la complejidad y la diversidad dentro de las instituciones, experiencia educativa que ayudará a “generar una red de relaciones humanas y abiertas” (Papa Francisco, 2019). Un entramado lleno de diversidad en cuanto a texturas y colores, un tejido que recree la confianza y la fidelidad –a las personas y a los proyectos educativos- como sus notas imprescindibles.

     

EL LIDERAZGO DE LOS EDUCADORES

    Cuando al comienzo traía nuevamente el gráfico de los dos ejes de gestión, volví a recordar las palabras de Franscec Torralba: “Para gobernar es esencial estar atento a las necesidades de las personas, pero también a sus posibilidades” (Torralba, Liderazgo ético). Robustecer el eje vertical supone tener en claro qué queremos y, al mismo tiempo, potenciar las posibilidades y talentos que tenemos como educadores y que tienen los estudiantes. Toca conducir, en medio de la niebla de la vida, sabiendo qué nos mueve y hacerlo junto con todos; toca presentar exigencias nuevas que surgen de nuestro proyecto, de nuestra misión. Para hacerlo necesitamos despojarnos de algunos lastres.

  • Primer lastre a desechar: la tentación a “acomodarnos” y no hacer olas. Ese lastre detiene la marcha de cualquier organización, es decir que le hace perder sabor y la hace retroceder.
  • Segundo lastre: no tomar la cruz que supone un liderazgo exigente y transformador. Esa cruz se traduce en incomprensión y malas caras, resistencias, pérdidas en el camino, “cancelaciones”… Todo exacerbado en una sociedad “paliativa” (Byung), que nos está acostumbrando a huir del dolor, la incomodidad y la frustración.
  • Tercer lastre: reducir la tarea docente a resolver la inmediatez, sin tener horizontes que orienten y den sentido al cúmulo de acciones cotidianas. Lo peor de este lastre es que nos cierra perspectivas, nos impide elaborar una estrategia, nos transforma en meros gestores de coyuntura.

        Lo más grave de estos tres lastres es que muchas veces los conservamos justificándolos con palabras “políticamente correctas”: no hacemos olas para “preservar el buen clima”; paso de largo de la cruz de la dirección porque “no sabía, no es mi área, no me corresponde”; no elaboro una estrategia porque “estoy desbordado”. Si queremos ejercer un liderazgo sólido, que no sea rígido, pero que tampoco sea lábil, para conducir al Colegio de la postpandemia, lo primero es sacarnos de encima estos lastres. En palabras de Javier Cortés (2014): “Corremos el peligro de que nuestro discurso sobre el QUÉ (Proyecto Educativo) fluya desde su propia dinámica más bien teórica y de principios, que nuestras intenciones sobre el QUIÉN (los educadores) queden reducidas a un conjunto de buenas intenciones sin plasmación concreta y que lo que realmente marque la hoja de ruta de la dirección sean las urgencias de un CÓMO abandonado a su propia dinámica (…) No debemos olvidar que si el QUÉ es lo que se profesa, el QUIÉN quien lo profesa, el CÓMO manifiesta cómo se profesa.” 

      La credibilidad y la transparencia, piedras angulares para una buena educación, demandan claridad en la propuesta y ejemplaridad en la ejecución. Solo así se gana autoridad, siempre entendida como servicio. “No podemos predicar unos determinados valores en nuestros principios educativos si después no quedan bien reflejados en procesos y estructuras que de verdad sean capaces de hacerlos vida.” (Cortés, 2014). Una de las acciones docentes que dan vida a nuestros valores, metas y proyectos es la supervisión de la actuación de los estudiantes, así como la comunicación transparente y oportuna de nuestras evaluaciones de desempeño. La educación de la postpandemia necesita que los educadores registremos mejor, con más profundidad y visión integral las actuaciones de nuestros estudiantes y, en el momento y con el marco adecuados, ser claros en su comunicación. Siempre nuestra ponderación debe estar guiada por las metas educativas asumidas y propuestas como marco de actuación, evitando cuestiones de simpatía/antipatía o impresiones. Seamos conscientes que evaluar actuaciones forma parte de nuestro compromiso moral y profesional como educadores; que supone contar con un buen relevamiento; que implicará, en muchos casos, momentos de tensión, pero que bien conducidos pueden ser oportunidad para el verdadero y consolidado aprendizaje.

 

      En cuanto a claridad en la propuesta, una referencia marco que puede dotar de sentido actualizado a la educación de la postpandemia es el Pacto Educativo Global, convocado por el Papa Francisco a todos los interesados en educación. Tenemos que ver esta propuesta del Papa como un instrumento de gestión, porque nos brinda la ocasión de dotar a nuestro eje vertical (metas – proyectos) de “temporalidad, narración, persistencia en la misión, capacidad de cohesionar personas en un solo proyecto y de mantenerlo cohesionado a lo largo de un período” (Torralba) 

           Los objetivos, los elementos centrales y los siete compromisos propuestos en el Pacto Educativo Global podrían ser una buena hoja de ruta para la educación que viene, para llegar mejor a nuestros estudiantes; para ayudar a las familias a comprender su rol de primeros educadores de sus hijos; para generar y mostrar, a través de nuestra propuesta y narrativa, nuevos horizontes para este momento histórico; para formar personas que sean capaces de transformar el mundo hacia la fraternidad universal.

     

    Es necesario que, una vez pasada la emergencia que estamos atravesando, volvamos a presentar estos principios, renovar su explicitación y enmarcarlos dentro de una identidad que se proyecta hacia el futuro y que carga de nueva significatividad a nuestra forma de educar. La educación que necesitamos no precisa de funcionarios, sino de apasionados. De personas que descubren una vocación, un sentido para su existencia, aquello que hace que “todos los talentos, las pasiones, los intereses y los afectos se orienten en la misma y única dirección” (Bruni, 2018). Pasión que permite dotar a los formatos educativos formales de algo intangible, no cuantificable, difícil de asir pero que genera un diferencial enorme cuando se vive, se expresa y se comparte: pasión por favorecer el desarrollo integral de los estudiantes, la pasión por construir otros espacios de relación y otro futuro para la humanidad. Aplicándola a la educación, la pasión alude al deseo, al impulso vital, a lo que nos desborda desde el interior.

    La pasión por la educación se concreta en un compromiso claro con las nuevas generaciones, con quienes recibirán de los adultos el testigo de la Historia. Ese compromiso busca que cada estudiante aprenda, se forme integralmente, descubra sus potencialidades, asuma su compromiso con los demás.

     Educadores valientes que “inviertan las mejores energías con creatividad y responsabilidad”, procurando que los estudiantes de hoy se formen como “personas abiertas, responsables, disponibles para encontrar el tiempo para la escucha, el diálogo y la reflexión, y capaces de construir (…) un nuevo humanismo” (Papa Francisco). Educadores valientes para “formar personas disponibles para el servicio”, para descentrase de sí mismos y asumir las alegrías y las tristezas de nuestros semejantes.

     "Es hora de mirar hacia adelante con valentía y esperanza. Que nos sostenga la convicción de que en la educación se encuentra la semilla de la esperanza: una esperanza de paz y de justicia. Una esperanza de belleza, de bondad; una esperanza de armonía social".  Con estas palabras, en octubre de 2020, el Papa Francisco nos invita a adherir y comprometernos con un futuro mejor, donde la acción de los educadores y las instituciones resulta de gran trascendencia para hacer de nuestro mundo un lugar de amor entre las personas y en una relación armónica con el medio ambiente. Crearemos así juntos la escuela que queremos, que nos lleve a formar ciudadanos globales que aprendan a habitar el mundo, con un desarrollo emocional vinculado al desarrollo ético, con sensibilidad sobre todo con los empobrecidos y excluidos, que les permita salvaguardar la propia dignidad y la dignidad del otro y con las competencias esenciales para afrontar eficazmente los retos futuros.

 

ADENDA: FORMACIÓN MARIANISTA CONTINUA DE NUESTROS EDUCADORES

      Yendo a un plano más particular y propio, con una mirada introspectiva y proyectiva, nuestras obras educativas necesitan contar, para tener futuro, con educadores marianistas. Como bien dice José María Arnáiz, dos palabras que se enriquecen cuando se integran y se hacen vida en determinadas personas. Personas que manifiesten una adhesión cordial a una forma de vivir, a una manera de educar y a una forma de expresar la fe. Que con sus palabras y sus acciones hacen que “educador” y “marianista” sean, a la vez, sustantivo y adjetivo indistintamente.

 

      Claro que estas personas no nacen con estos atributos, sino que los descubren, los van incorporando progresivamente, los desarrollan y los expresan con naturalidad “en su ser y en su quehacer”. La comunidad marianista –local, nacional y regional- tiene que acompañar ese camino, sostenerlo con delicadeza, ofrecer los recursos y espacios para crecer personal y profesionalmente. Entre ellos merecen un párrafo especial una serie de materiales e iniciativas que esperan ser aprovechadas y enriquecidas por la acción de todos:

 

  • Tenemos una colección internacional de libros sobre nuestra propuesta pedagógica, “Educación Marianista. Tradición y Proyecto”, que muy pocos conocen, han visto, ojeado, trabajado… Desde este año contamos con una serie de recursos, de diferentes formatos, pensados para facilitar y agilizar su acceso y su trabajo comunitario, recursos que están disponibles en la página web de la red marianistas de educación de América Latina: clamared.net¿Conocemos los libros? ¿Sabíamos de la existencia de estos recursos? Sería una pena que no los aprovechásemos para favorecer la formación marianista de nuestros educadores.
  • Desde hace unas semanas contamos con tres documentos de formación, elaborados colaborativamente por educadores de América Latina:

 

  1. “La Educación Marianista desde América Latina”, una relectura de las Características de la Educación Marianista, al cumplirse 25 años de su publicación y con una mirada desde nuestro continente.
  2. “Dimensiones para la formación de los educadores marianistas”, una guía que señala los contenidos indispensables para la formación docente en cinco dimensiones: técnico-pedagógica, antropológica, cultural, cristiana y marianista
  3. “Guía para la formación de directivos marianistas”, pensada para los responsables de la formación y el acompañamiento de los actuales y futuros directivos de los Colegios, en torno a la animación del proyecto educativo, el liderazgo y el ejercicio de la autoridad como servicio, desplegando una serie de competencias necesarias para el rol.
  • Estamos convocados, como señalábamos anteriormente, a participar en la gestación y aplicación del Pacto Educativo Global. La Familia Marianista desarrollará distintas iniciativas y en diversos planos territoriales para difundir, encarnar y suscitar movilización creativa en nuestras obras con las ideas ofrecidas por el Papa. 

Ojalá que cada una de estos materiales y eventos nos sirvan como fuentes actualizadas para la formación marianista de nuestros educadores, empezando por nosotros mismos

GUSTAVO J. MAGDALENA

Julio de 2021