31 de Agosto, 2021
En algún momento (¿2022?) la pandemia quedará atrás. Como en otros ámbitos, la educación básica y obligatoria no volverá a ser la misma tras esta experiencia. Saber “leer los signos de los tiempos” es un rasgo de sabiduría de los creyentes y también debe aplicarse a nuestra tarea educativa, en línea con el consejo evangélico “a vino nuevo, odres nuevos” (Mc.2, 22)
Es nuestro deber ético y profesional actualizar nuestra propuesta educativa y mantener alto el listón en cuanto a su calidad. Lo lograremos si tenemos claridad estratégica y voluntad mancomunada para “nacer de nuevo”, comprendiendo las necesidades de las personas y las culturas actuales. En la tarea cotidiana, los educadores contamos con dos ejes:
En el tiempo de pandemia estamos dedicando nuestros esfuerzos, casi con exclusividad al eje horizontal: organizar tareas y atender a las personas. Lo cual es lógico y está muy bien. Pero, la educación de la postpandemia, que tiene que comenzar a gestarse ahora, requiere fortalecer y priorizar –por eso el refuerzo en las flechas- el eje vertical: resignificar metas claras y motivadoras, concretar procesos bien diseñados y mejor aplicados. Entre ellas, lograr que nuestros estudiantes sean los protagonistas de una nueva historia, donde el cuidado y el respeto mutuo, el “bien-ser” (más que el bienestar), el humanismo solidario y el cuidado de nuestra Casa Común sean pilares para sus vidas. Para ello, los educadores tenemos que responder con valentía a una serie de retos que conllevan esta pedagogía del cuidado, el cultivo de la interioridad, hacerse sensibles a las necesidades del otro, dotar de real sentido de la vida, caminar hacia una educación que transforme.
Sin renunciar al eje horizontal del gráfico, el énfasis que pongamos en el eje vertical suscitará una cierta tensión, un “estiramiento” que puede alterar la situación habitual, pero que es imprescindible para avanzar y crecer, personal y comunitariamente. Abrir horizontes motivándonos para desarrollar más iniciativas, descubrir las oportunidades de mejora que se abren, conectar las tareas cotidianas con los procesos a más largo plazo.
Estas líneas se centrarán en tres aspectos que considero indispensables para que la educación de la postpandemia sea muy buena. Son ellos:
No son los únicos, hay otros igualmente relevantes, como el impacto emocional de la experiencia en docentes y estudiantes, y las consecuencias de la misma para la vida espiritual, pero quien mucho abarca poco aprieta y vale la pena concentrarse en estos tres.
APRENDIZAJE DE LOS ALUMNOS
Hace unas semanas, Ricardo Zorzoli (ex rector del Colegio Nacional de Buenos Aires) escribió que “necesitamos saber en qué punto están nuestros estudiantes: cuánto saben y cuánto deben recuperar. Independientemente de los resultados que obtengamos es claro que los estudiantes no podrán recuperar entre 1 y casi 2 ciclos lectivos en términos de conocimiento. Por eso resulta imprescindible acordar el eje medular alrededor del cual se organizará la enseñanza de todas las asignaturas” (La Nación, 8 de mayo de 2021). Para comenzar a diseñar la educación de la postpandemia necesitamos contar con datos precisos y comprobables del efecto de la pandemia y sus derivados (cuarentena, revinculación, reducción de jornada presencial, bimodalidad) en el aprendizaje de nuestros estudiantes. Para ello tenemos que conocer:
Con estos cuatro puntos podremos conformar un estado de situación de cada curso, área y nivel. Tenemos que preparar y aplicar instrumentos y registros que nos ofrezcan información concreta, verificable, alejada de “sensaciones” o “me parece”. Solo a partir de estos datos se podrán planificar proyectos y acciones que contribuyan fuertemente a fortalecer los aprendizajes y a mejorar las prácticas de enseñanza, porque –en palabras de Zorzoli- “si no nos detenemos por un momento y reflexionamos sobre qué estamos enseñando, cómo lo estamos haciendo –bajo qué condiciones– y para qué, todo el esfuerzo caerá probablemente en saco roto.”
El mundo postpandemia es el lugar donde nuestros egresados de esta década van a insertarse o a, al menos, intentarlo. Sus características o ciertas transformaciones, aceleradas por la pandemia, deben servir como “signos de los tiempos a leer” en clave educativa, ciudadana y creyente. Hace poco la revista “The Economist” de Gran Bretaña describió algunos cambios que llegaron para quedarse. El artículo partió de dos premisas:
Menciono algunos rasgos que tienen especial relevancia para las instituciones educativas:
Un buen y preciso diagnóstico y una lectura adecuada de la realidad presente y por venir deberán confluir en un nuevo currículum, organizado a partir de la búsqueda de renovado sentido y significatividad de los aprendizajes, el establecimiento de lo que realmente importa que se enseñe y la habilitación de diversas formas y opciones para acceder al conocimiento. Martha Nussbaum menciona que lo imprescindible para la formación de nuevas generaciones es que logren desarrollar las capacidades para reflexionar sobre cuestiones políticas, reconocer a los otros ciudadanos como personas con los mismos derechos, preocuparse por la vida de los otros, reflexionar adecuadamente sobre una serie de cuestiones complejas (infancia, adolescencia, relaciones familiares, enfermedad, muerte…), pensar en el bien común, participar en la vida social y política y comprender al propio país como parte de un orden mundial complejo.
Nuestras decisiones pedagógicas, plasmadas en el currículum institucional, siempre deben favorecer el logro de los aprendizajes y la mejora de la enseñanza. Necesitamos un currículum que:
La educación de la postpandemia requiere consolidar nuevas formas de aprender y de enseñar, reconocer con claridad las características propias de nuestros estudiantes, abrir espacios al pensamiento diverso, considerar que podemos llegar al mismo resultado, pero por distintos caminos. Que los mismos niños y jóvenes nos puedan sorprender al manifestar sus talentos naturales, los cuales se han ido potenciando en este tiempo excepcional. Los educadores estamos desafiados a promover experiencias, a través de las cuales el estudiante pueda expresar sus conocimientos, potenciar sus propias habilidades y utilizarlas didácticamente como puntos de partida para el diseño de las clases y el aprendizaje del grupo.
LECTURA Y FORMACIÓN ANTROPOLÓGICA PARA ENTENDER LO QUE PASA
La educación de la postpandemia, la educación que puede tener futuro, necesita, además de profesionales competentes en materia de aprendizaje, a educadores bien formados en cuestiones antropológicas y espirituales. Lamentablemente, en muchas ocasiones las comunidades educativas están sojuzgadas por la tiranía de lo inmediato y terminan siendo una usina de rutinas muy mecanizadas, en ocasiones poco coherentes, casi siempre realizadas sin una estrategia o sentido claros. Nos hemos acostumbrado a ser ejecutantes de partituras que no compusimos, se ha internalizado en nuestros cuerpos y en nuestras mentes la división de hecho que existe en el mundo educativo: por un lado, los “expertos”, que tienen formación, tiempo y, sobre todo, la tranquilidad de no estar en el campo de batalla cotidiano, los especialistas que indican “lo que habría que hacer”; por el otro, los gestores de la vida escolar, interpelados constantemente por la realidad y que, por lo general, terminan abrumados por el cúmulo de tareas y acciones que hay que realizar. Esta “división del trabajo educativo”, profundamente injusta y que está en la raíz de la declinación y del desconcierto que vive la educación formal, tiene que ser superada por una decisión, personal y comunitaria, de asumir los retos de la cultura contemporánea como telón de fondo para nuestra acción pedagógica concreta. Y recordar que “si el jardín donde cultivamos nuestra vida no coincide con toda la tierra, es demasiado pequeño. Si el techo de la casa no llega a tocar el cielo, no es bastante alto” (Bruni, Elogio de la autosubversión)
Necesitamos más que nunca educadores que manifiesten, en su ser y en su quehacer, una mirada trascendente (de sentido último) sobre sus propios saberes, sus métodos pedagógicos, sus rutinas y sus planificaciones. Para lograr la conformación de un grupo influyente de educadores con esta cosmovisión se requiere del despliegue simultáneo de:
Esta formación en cuestiones hondas no es un simple ejercicio teórico o un esparcimiento intelectual. Cuando se vincula con la vida y la tarea, se gesta, casi imperceptiblemente, un tejido de fraternidad. La trama se teje a partir de hilos concretos, proyectos que acerquen y que plasmen una forma de entender la vida y de gestar ciudadanía fraterna. Favorecer el diseño de una trama que exprese y permita asumir la complejidad y la diversidad dentro de las instituciones, experiencia educativa que ayudará a “generar una red de relaciones humanas y abiertas” (Papa Francisco, 2019). Un entramado lleno de diversidad en cuanto a texturas y colores, un tejido que recree la confianza y la fidelidad –a las personas y a los proyectos educativos- como sus notas imprescindibles.
EL LIDERAZGO DE LOS EDUCADORES
Cuando al comienzo traía nuevamente el gráfico de los dos ejes de gestión, volví a recordar las palabras de Franscec Torralba: “Para gobernar es esencial estar atento a las necesidades de las personas, pero también a sus posibilidades” (Torralba, Liderazgo ético). Robustecer el eje vertical supone tener en claro qué queremos y, al mismo tiempo, potenciar las posibilidades y talentos que tenemos como educadores y que tienen los estudiantes. Toca conducir, en medio de la niebla de la vida, sabiendo qué nos mueve y hacerlo junto con todos; toca presentar exigencias nuevas que surgen de nuestro proyecto, de nuestra misión. Para hacerlo necesitamos despojarnos de algunos lastres.
Lo más grave de estos tres lastres es que muchas veces los conservamos justificándolos con palabras “políticamente correctas”: no hacemos olas para “preservar el buen clima”; paso de largo de la cruz de la dirección porque “no sabía, no es mi área, no me corresponde”; no elaboro una estrategia porque “estoy desbordado”. Si queremos ejercer un liderazgo sólido, que no sea rígido, pero que tampoco sea lábil, para conducir al Colegio de la postpandemia, lo primero es sacarnos de encima estos lastres. En palabras de Javier Cortés (2014): “Corremos el peligro de que nuestro discurso sobre el QUÉ (Proyecto Educativo) fluya desde su propia dinámica más bien teórica y de principios, que nuestras intenciones sobre el QUIÉN (los educadores) queden reducidas a un conjunto de buenas intenciones sin plasmación concreta y que lo que realmente marque la hoja de ruta de la dirección sean las urgencias de un CÓMO abandonado a su propia dinámica (…) No debemos olvidar que si el QUÉ es lo que se profesa, el QUIÉN quien lo profesa, el CÓMO manifiesta cómo se profesa.”
La credibilidad y la transparencia, piedras angulares para una buena educación, demandan claridad en la propuesta y ejemplaridad en la ejecución. Solo así se gana autoridad, siempre entendida como servicio. “No podemos predicar unos determinados valores en nuestros principios educativos si después no quedan bien reflejados en procesos y estructuras que de verdad sean capaces de hacerlos vida.” (Cortés, 2014). Una de las acciones docentes que dan vida a nuestros valores, metas y proyectos es la supervisión de la actuación de los estudiantes, así como la comunicación transparente y oportuna de nuestras evaluaciones de desempeño. La educación de la postpandemia necesita que los educadores registremos mejor, con más profundidad y visión integral las actuaciones de nuestros estudiantes y, en el momento y con el marco adecuados, ser claros en su comunicación. Siempre nuestra ponderación debe estar guiada por las metas educativas asumidas y propuestas como marco de actuación, evitando cuestiones de simpatía/antipatía o impresiones. Seamos conscientes que evaluar actuaciones forma parte de nuestro compromiso moral y profesional como educadores; que supone contar con un buen relevamiento; que implicará, en muchos casos, momentos de tensión, pero que bien conducidos pueden ser oportunidad para el verdadero y consolidado aprendizaje.
En cuanto a claridad en la propuesta, una referencia marco que puede dotar de sentido actualizado a la educación de la postpandemia es el Pacto Educativo Global, convocado por el Papa Francisco a todos los interesados en educación. Tenemos que ver esta propuesta del Papa como un instrumento de gestión, porque nos brinda la ocasión de dotar a nuestro eje vertical (metas – proyectos) de “temporalidad, narración, persistencia en la misión, capacidad de cohesionar personas en un solo proyecto y de mantenerlo cohesionado a lo largo de un período” (Torralba)
Los objetivos, los elementos centrales y los siete compromisos propuestos en el Pacto Educativo Global podrían ser una buena hoja de ruta para la educación que viene, para llegar mejor a nuestros estudiantes; para ayudar a las familias a comprender su rol de primeros educadores de sus hijos; para generar y mostrar, a través de nuestra propuesta y narrativa, nuevos horizontes para este momento histórico; para formar personas que sean capaces de transformar el mundo hacia la fraternidad universal.
Es necesario que, una vez pasada la emergencia que estamos atravesando, volvamos a presentar estos principios, renovar su explicitación y enmarcarlos dentro de una identidad que se proyecta hacia el futuro y que carga de nueva significatividad a nuestra forma de educar. La educación que necesitamos no precisa de funcionarios, sino de apasionados. De personas que descubren una vocación, un sentido para su existencia, aquello que hace que “todos los talentos, las pasiones, los intereses y los afectos se orienten en la misma y única dirección” (Bruni, 2018). Pasión que permite dotar a los formatos educativos formales de algo intangible, no cuantificable, difícil de asir pero que genera un diferencial enorme cuando se vive, se expresa y se comparte: pasión por favorecer el desarrollo integral de los estudiantes, la pasión por construir otros espacios de relación y otro futuro para la humanidad. Aplicándola a la educación, la pasión alude al deseo, al impulso vital, a lo que nos desborda desde el interior.
La pasión por la educación se concreta en un compromiso claro con las nuevas generaciones, con quienes recibirán de los adultos el testigo de la Historia. Ese compromiso busca que cada estudiante aprenda, se forme integralmente, descubra sus potencialidades, asuma su compromiso con los demás.
Educadores valientes que “inviertan las mejores energías con creatividad y responsabilidad”, procurando que los estudiantes de hoy se formen como “personas abiertas, responsables, disponibles para encontrar el tiempo para la escucha, el diálogo y la reflexión, y capaces de construir (…) un nuevo humanismo” (Papa Francisco). Educadores valientes para “formar personas disponibles para el servicio”, para descentrase de sí mismos y asumir las alegrías y las tristezas de nuestros semejantes.
"Es hora de mirar hacia adelante con valentía y esperanza. Que nos sostenga la convicción de que en la educación se encuentra la semilla de la esperanza: una esperanza de paz y de justicia. Una esperanza de belleza, de bondad; una esperanza de armonía social". Con estas palabras, en octubre de 2020, el Papa Francisco nos invita a adherir y comprometernos con un futuro mejor, donde la acción de los educadores y las instituciones resulta de gran trascendencia para hacer de nuestro mundo un lugar de amor entre las personas y en una relación armónica con el medio ambiente. Crearemos así juntos la escuela que queremos, que nos lleve a formar ciudadanos globales que aprendan a habitar el mundo, con un desarrollo emocional vinculado al desarrollo ético, con sensibilidad sobre todo con los empobrecidos y excluidos, que les permita salvaguardar la propia dignidad y la dignidad del otro y con las competencias esenciales para afrontar eficazmente los retos futuros.
ADENDA: FORMACIÓN MARIANISTA CONTINUA DE NUESTROS EDUCADORES
Yendo a un plano más particular y propio, con una mirada introspectiva y proyectiva, nuestras obras educativas necesitan contar, para tener futuro, con educadores marianistas. Como bien dice José María Arnáiz, dos palabras que se enriquecen cuando se integran y se hacen vida en determinadas personas. Personas que manifiesten una adhesión cordial a una forma de vivir, a una manera de educar y a una forma de expresar la fe. Que con sus palabras y sus acciones hacen que “educador” y “marianista” sean, a la vez, sustantivo y adjetivo indistintamente.
Claro que estas personas no nacen con estos atributos, sino que los descubren, los van incorporando progresivamente, los desarrollan y los expresan con naturalidad “en su ser y en su quehacer”. La comunidad marianista –local, nacional y regional- tiene que acompañar ese camino, sostenerlo con delicadeza, ofrecer los recursos y espacios para crecer personal y profesionalmente. Entre ellos merecen un párrafo especial una serie de materiales e iniciativas que esperan ser aprovechadas y enriquecidas por la acción de todos:
Ojalá que cada una de estos materiales y eventos nos sirvan como fuentes actualizadas para la formación marianista de nuestros educadores, empezando por nosotros mismos
GUSTAVO J. MAGDALENA
Julio de 2021